Aquel niño era yo; allí estaba, sobre su mesilla de noche;
enmarcado y con mi viejo violín en las manos. Aquel que mi madre, a duras penas
y recortando gastos, consiguió poder pagar.
Nunca se acostaba sin darle un beso a esa vieja fotografía. Siempre
había dicho que a partir de aquella compra toda su precaria vida había empezado
a tener sentido. Muchas fueron las veces que se dormía con ese portafotos entre
las manos deseando que la audición de turno diese su fruto.
Pero hoy, la mira con
extrañeza y sólo me pregunta “¿quién es ese chico?”. Y yo le devuelvo el beso, y con el viejo violín le toco las melodías que
tanto le gustaban. Y la contemplo mientras
se queda dormida, deseando que al menos en sus sueños siga sintiendo el amor
de ese extraño que la mira.
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