En una esquina
tumbado estaba,
con su manta enrollada
a lo largo de la nada.
¿Qué quieres que te diga?
Que quieres que te diga,
esa es su pobre, pobre vida,
pobre pero rica
para él es maravilla.
Un banco es su hogar
y su trabajo una esquina.
De aquí para allá,
le ha enseñado tanto la vida...
Puede ser el rey del mar
e incluso a lomos del viento galopar,
o en un palacio verse adorar.
Puede ser el rey
de la felicidad.
viernes, 29 de enero de 2016
miércoles, 20 de enero de 2016
De vuelta a la inocencia
A
las 12:30 Saturia debía estar en la clínica. Debido a sus achaques, ya hacía
tiempo que andaba un poco torpe así que
esa mañana se levantó un poco más temprano de lo normal. Ya eran pocas
las veces que salía de casa pero cuando lo hacía le gustaba ir arreglada; como
cuando siendo niña la vestían de domingo.
Cuando
estuvo preparada y tras revisar su bolso comprobando que no olvidaba ningún
papel de los que debía llevar al doctor,
cogió su bastón y salió a la escalera.
Asida
al pasa-manos, con la precaución y la lentitud que da la avanzada edad, comenzó
a bajar los tres pisos que le separaban de la calle y mientras lo hacía no pudo
evitar pensar en todas las veces que a lo largo de los años habían intentado
instalar un ascensor. Pero el dueño del edificio siempre parecía tener
intereses mejores en los que invertir su dinero; al fin y al cabo aquella
comunidad era de renta antigua, ya no le era rentable, así que el ascensor
nunca se instaló.
Para
cuando terminó de bajar las escaleras y salió a la calle el taxi al que había
llamado le estaba esperando en la
puerta. El taxista, al verla, muy amable se bajó para abrirle la puerta.
-
Muchas
gracias hijo- le dijo Saturia una vez dentro del vehículo.
-
De
nada señora, ¿Dónde vamos?
-
Voy
a la clínica de la calle Algueró.
-
Muy
bien señora. No está muy lejos; en quince minutos estaremos allí.
Apenas
eran siete manzanas lo que les separaba de la clínica pero lo cierto es que,
quién sabe si por la habilidad del taxista, los quince minutos acabaron siendo
25 en los que Saturia le contó los achaques que tenía; el ruido que hacían los
nuevos vecinos del cuarto piso y hasta lo mucho que echaba de menos a su hijo y
a sus nietos que como vivían a 50 kilómetros les era difícil visitarla.
-
Trabajan
mucho, sabe usted. Mi hijo es economista y mi nuera tiene una peluquería.
Bueno…un salón de esos donde las chicas jóvenes van a que las pongan guapas.
Viven muy bien pero los pobres no tienen tiempo para nada- le explicaba
Saturia.
El
taxista, se limitaba a mirar por el espejo retrovisor y asentir de vez en
cuando y ella, que con ese asentimiento se sentía escuchada continuaba con su
historia de lo sola que se encontraba desde aquel fatídico día, de hacía ocho
años, en que Juan, su marido, abandonó este mundo para pasar a mejor vida.
-
¿Usted está casado?- le preguntó.
-
Sí,
señora.
-
Ay
hijo, pues cuide bien de su mujer para que le dure muchos años- le aconsejaba
Saturia cuando se detuvo el vehículo.
-
Lo
haré señora. Hemos llegado- le dijo el taxista mientras paraba el taxímetro.
-
Son
veintitrés euros.
Con
su pulso temblón, Saturia sacó el monedero del bolso y le entregó un billete de
50 euros mientras le decía:
-
Cobre
usted veinticinco, para que se pueda tomar un café.
El
taxista cogió el billete y nada más
hacerlo notó algo extraño en él.
-
Señora,
no le puedo cobrar nada porque este billete es falso.
-
¿Pero,
como puede ser? Si me los dieron la semana pasada en el banco. Ay dios mío que
vergüenza. Espere que le doy otro.
-
Si
se los dieron todos juntos seguramente sean igual que éste- le respondió el taxista
-¿Cuántos tiene?
-
Llevo
cuatro porque quería hacer la compra. No salgo mucho sabe usted; estas piernas
mías no son lo que eran pero…tenga, téngalos; a ver si valen. Que disgusto
madre mía.
El
taxista miró los billetes y con pesar le informó de que efectivamente y como él
se imaginaba eran todos falsos.
-
¿Y
ahora que hago yo, como le pago? –le preguntaba Saturia más avergonzada que
disgustada.
-
No
se preocupe señora- intentaba tranquilizarla el taxista –Si usted quiere, yo le
hago el favor de llevarlos a la policía y, como tengo su dirección, por la
tarde le llevo la denuncia y ya me pagará usted después.
-
Ay
hijo, ¿de verdad? Pues no sabes cuánto le agradezco su amabilidad.
-
Nada,
nada, señora, no se preocupe que yo se lo arreglo.
-
Menos
mal que todavía queda gente buena como usted. Muchas gracias y perdóneme hijo-
le decía Saturia mientras bajaba del coche.
-
Que
tenga buen día- se despidió el taxista.
Saturia
entró en la clínica y cuando le contó a Merche, la recepcionista, lo que le
había ocurrido, fue cuando comprendió que el taxista nunca le llevaría la
denuncia.
FIN
NOTA DE LA AUTORA: Quiero dejar de
manifiesto mi total respeto hacía el colectivo de los taxistas.
viernes, 15 de enero de 2016
Contigo sin tí
Aquel niño era yo; allí estaba, sobre su mesilla de noche;
enmarcado y con mi viejo violín en las manos. Aquel que mi madre, a duras penas
y recortando gastos, consiguió poder pagar.
Nunca se acostaba sin darle un beso a esa vieja fotografía. Siempre
había dicho que a partir de aquella compra toda su precaria vida había empezado
a tener sentido. Muchas fueron las veces que se dormía con ese portafotos entre
las manos deseando que la audición de turno diese su fruto.
Pero hoy, la mira con
extrañeza y sólo me pregunta “¿quién es ese chico?”. Y yo le devuelvo el beso, y con el viejo violín le toco las melodías que
tanto le gustaban. Y la contemplo mientras
se queda dormida, deseando que al menos en sus sueños siga sintiendo el amor
de ese extraño que la mira.
viernes, 8 de enero de 2016
Historias de barra. Atrapada en el hielo
Salió
de su oscuro agujero y se encontró en medio de un corredor bordeado por dos
altas paredes. Por un lado la salida estaba bloqueada por una puerta de madera.
Por el otro la pared se doblaba en un ángulo recto para unirse a la que tenía
enfrente como si de hermanas siamesas se tratase, así que, estaba claro que
tendría que trepar por esos muros si quería ver lo que había más allá.
Sin
pensarlo mucho y casi por instinto se dirigió a la pared que le quedaba
enfrente y comenzó su ascensión, pero aquella superficie fría y lisa le hacía
resbalar una y otra vez sin apenas llegar a subir dos palmos.
Viendo
que por ese lado todos sus intentos resultaban infructuosos se dirigió al muro
que había dejado detrás. No le hizo falta nada más que el primer intento para sentir
que esta vez lo conseguiría pues a diferencia de la superficie lisa y fría,
esta presentaba unas finas rugosidades que con pasos lentos y cuidadosos le
hicieron culminar su ascensión.
Ahora,
sólo tendría que andar por el fino borde hasta conseguir llegar a la puerta de
madera tras la cual tendría un nuevo y desconocido mundo ante ella.
Y
en esa empresa estaba cuando se topó, como un desafío a su voluntad, con el
último obstáculo que le separaba de la puerta y que por estar en la cima no
había alcanzado a divisar desde el suelo.
A
medio metro de su ansiada meta, el fino borde; por el que tan fácil le había
sido caminar, se cortaba de una manera abrupta dejando paso a un escarpado terreno
formado por una especie de tubos que se entrelazaban unos con otros. Algunos
sólo eran medio tubo por el interior de los cuales, amenazadóramente y con un
ruido ensordecedor para sus oídos, discurría un liquido desconocido para ella.
Pero ni eso la hizo desistir de su empeño; estaba tan cerca de conseguirlo…
Poco
a poco fue avanzando por los tubos, despacio, calculando bien el paso. Ya casi
había cruzado y su confianza aumentaba con cada tubo que salvaba. De repente,
cayó al agua.
domingo, 3 de enero de 2016
Condenado
Cuando
escuchó aquel te quiero no sabía que esa declaración, poco a poco, le iba a
cambiar tanto la vida.
Con las
amigas dejó de tener confidencias; porque nadie la comprendía mejor que él.
A los amigos
era mejor mantenerlos alejados; porque sus intenciones no eran honestas…era tan
guapa.
Los
aperitivos con los compañeros a la salida del trabajo dejaron de existir, como
un clavo a las seis en punto estaba en la puerta para recogerla; porque si le
llegaba a pasar algo él se moriría.
Durante
algún tiempo estuvo convencida de que eso era amor pero entonces ¿por qué se
sentía muerta en vida?
No sabe en
qué momento se dio cuenta pero al hacerlo reunió el último resquicio de
autoestima que aún le quedaba y salió por la puerta dejando una nota sobre la
mesa.
“Te dejo
porque, yo, sí me quiero”
Cuando leyó
aquella nota no lo entendió y solo el paso del tiempo de hizo comprender que no
fue ella sino él quién se condenó a la soledad que tenía por compañía.
Ahora, lo
único que hace es sentarse ante la ventana, observar la noche oscura e intentar perdonarse por haberla
perdido en una noche como esa.
Quizás ahora
si la quiera de verdad.
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