Nada más verla
no pudo contener la emoción que siete años de añoranza le habían hecho
acumular. Cuando se fue, la dejó con apenas tres años recién cumplidos, sin
embargo, ahora, tenía ante sí a toda una mujercita.
Con los ojos anegados por
las lágrimas la estrechó entre sus brazos y disfrutó con el contacto. Pero no
pudo hacer lo mismo de los sentimientos, que vio como se perdían sin encontrar una respuesta. La
separó, la miró a los ojos, y sólo vio un vacío que le estremeció.
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