Había
salido muy cansada de trabajar, pero aún así, pensaba quedarse levantada.
Llevaba toda la semana esperando para ver el eclipse. Además hacía una noche
maravillosa, de esas en que la temperatura se mantiene en el umbral de lo
fresco y lo caluroso.
Lo tenía decidido. De hecho, pensó que le serviría para
relajarse, últimamente se sentía un poco tensa y alicaída. Desde hacía algún tiempo su vida se
había ido desmoronando plano a plano como una torre de naipes.
Cogió el pequeño petate blanco que había junto a la
puerta y salió a la terraza.
La
luz platino de la luna llena alumbraba tímidamente la negrura de la noche, que
transcurría envuelta en el sonido del silencio. Mientras montaba la silla pensó
en todo el mundo que no entendía como en momentos así prefería ocuparse de
tales nimiedades en vez de buscar soluciones.
Como si fuera un antiguo castillo medieval, su casa
parecía vigilar, desde lo alto, al resto de casas que se diseminaban a lo largo
de la pequeña hondonada que formaba el terreno. Y además esa terraza. Siempre
le había gustado. Era como una habitación mágica, sin techo, para dejar volar
los sueños. Cuando entrabas en ella, su forma parecía trasladarte a bordo de un
barco que surcase el cielo. A un lado una barandilla, al otro la otra y
al fondo, la quilla; formada por dos altas paredes con sendos agujeros que
invitan a mirar. Permaneció unos minutos asomada, era como asomarse a la
ventana de Heidy.
El horizonte lo recortaban las montañas de la
sierra, que en algunas puestas de sol parecían islotes en el mar. Los tímidos
faroles de las casas parecían los de cualquier pueblo de cuento. Miró al cielo,
el eclipse había comenzado. Se prepararía algo para tomárselo mientras veía el
eclipse.
Bajó a la cocina y procurando no hacer ruido, se preparó
un zumo de naranja y un poco de chocolate “para endulzarse la vida”; sus
propios pensamientos la hicieron sonreír.
Regresó a la terraza y se tumbó en su silla de playa.
Miró al cielo, la luna apenas había sido ocultada por la tierra. La luz que
desprendía hacía que se pudiesen apreciar varios tonos de azul, y las
estrellas, con su tímido destello adornaban ese espectáculo de la Naturaleza. Cerró
los ojos un instante. A través de su piel percibió una brisa que con su
movimiento lento y sosegado llenaba todo de una quietud viva.
Permaneció así, empapándose de la serenidad que
transmitía la noche y tras pasar algunos minutos dejando vagar su mente por el
mundo de los pensamientos, abrió los ojos y volvió a mirar a la luna.
Ya se había ocultado casi en su totalidad, de nuevo
cerró los párpados y su mente; guiada por el oído, evocaba todo tipo de
historias.
Si un perro aullaba se encontraba en la estepa siberiana.
O en Sierra Morena, con su manta jerezana a lomos de su cabalgadura. Si era un
ave nocturna la que rompía el silencio, era porque estaba en una isla pirata.
La bucanera más temida. Si un coro de grillos alborotaba la noche, rápidamente
se trasladaba a un bosque dónde los cuentos de duendes y hadas eran ciertos.
Una vez más abrió los ojos, el eclipse ya era total.
Permaneció largo rato admirando ese gran espectáculo de la Naturaleza. Su
mente; ahora con selenitas y ritos ancestrales, siguió vagando por el mundo de
la imaginación, hasta que el destape de la luna trajo consigo la vuelta al
mundo real. Si un perro ladraba….era señal de alarma. Si un ave nocturna rompía
el silencio….era la alarma de algún establecimiento. Si un coro de grillos se
formaba…
Suspiro; y pensó: que grandes las pequeñas cosas. Dio
gracias por no olvidarse de querer disfrutarlas y a pesar de todo se sintió
afortunada.